EL PINO DE FORMENTOR
Hay en mi tierra un árbol que el corazón venera:
de cedro es su ramaje, de césped su verdor;
anida entre sus hojas perenne primavera,
y arrostra los turbiones que azotan la ribera,
añoso luchador.
No asoma por sus ramas la flor enamorada,
no va la fuentecilla sus plantas a besar;
más báñase en aromas su frente consagrada
y tiene por terreno la costa acantilada;
por fuente el ancho mar.
Al ver sobre las olas rayar la luz divina,
no escucha el débil trino que al hombre da placer;
el grito oye, salvaje, del águila marina,
o siente el ala enorme que el vendaval domina
su copa estremecer.
Del limo de la tierra no toma vil sustento
retuerce sus raíces en duro peñascal.
Bebe rocío y lluvias, radiosa luz y viento;
y cual viejo profeta recibe el alimento
de efluvio celestial.
¡Árbol sublime! Enseña de vida que adivino,
la inmensidad augusta domina por doquier.
Si dura le es la tierra, celeste su destino
le encanta y aún le sirve el trueno y torbellino
de gloria y de placer.
¡Oh! sí; que cuando libres asaltan la ribera
los vientos y las olas, con hórrido fragor,
entonces ríe y canta con la borrasca fiera,
y sobre rotas nubes la augusta cabellera
sacude triunfador.
¡Árbol, tu suerte envidio! Sobre la tierra impura
de un ideal sagrado la cifra en ti he de ver.
Luchar, vencer constante, mirar desde la altura,
vivir y alimentarse de cielo y de luz pura…
¡Oh vida, oh noble ser!
¡Arriba, oh alma fuerte! Desdeña el lodo inmundo,
y en las austeras cumbres arraiga con afán.
Verás al pie estrellarse las olas de este mundo,
y libres como alciones sobre ese mar profundo
tus cantos volarán.
Copyright © 2023 Rafael Llobera. All rights reserved.
ADIÓS A ITALIA
En la orilla lejana va esfumándose
cual leve niebla la ciudad marmórea
y el encantado litoral Ligúrico
se pierde en vagos ópalos.
Ya en la azul vaguedad supremas cúspides
vense tan sólo por la nieve cándidas,
como blancos cendales con que el último
lejano adiós prolóngase.
¡Adiós, Italia, adiós! Desde tus márgenes
ni un suspiro me sigue, ni una lágrima;
mas al dejarte los afectos íntimos
vibrar siento en el ánimo.
Huellas no dejo en ti; mas en mí déjalas
hondas tu numen, y doquier la ráfaga
me lleve del destino, allí tus pléyades
veré de gloria fúlgidas.
Por tus ciudades, peregrino ingónito,
solitario pasé. Mi oculta cítara
solo confió sus notas al olímpico
silencio de tus mármoles.
Ante el sepulcro de Virgilio, pródiga
de luz y encantos, me hechizó Parténope;
y al cráter me asomé, y vi a la víctima
Pompeya abrir su túmulo.
Contóme grave su leyenda mística
Umbría la verde, al pie de sus acrópolis;
y allá me embelesó Florencia plácida
entre olivares áticos.
Bañé en serenidad paradisíaca
el alma absorta sobre el Lario límpido;
y a Milán acaté, que al llano Insúbrico
muestra sus cien pináculos.
En la docta penumbra de sus pórticos
acogióme Felsina; y la Adriática
Reina oriental me reveló poéticos
arcanos en su góndola.
Ya por un lustro en su recinto clásico
Roma la grande dilató mi espíritu,
y en la suprema universal Basílica
ciñóme el sacro cíngulo.
¡Adiós, Italia, adiós! Desde tus márgenes
ni un suspiro me sigue, ni una lágrima;
mas al dejarte los afectos íntimos
vibrar siento en mi ánimo.
Palenque de la historia, alta metrópoli
de la cultura y de la fe, prolífica
madre de genios, por el arte espléndida,
salud, ¡oh tierra itálica!
Reina del gran destino, nunca apóstata
reniegues de la Cruz, que un día fúlgida
consagró para siempre con el lábaro
tu frente sibilítica.
Copyright © 2023 Rafael Llobera. All rights reserved.
MIGUEL ÁNGEL
Miradle adusto, pálido el semblante,
torva la frente de vigor toscano,
con su cincel de cíclope en la mano,
honda en el alma la visión de Dante.
Artista de la forma palpitante
y del profundo corazón cristiano,
arrastra por la vida el soberano
dolor de todo espíritu gigante.
Su norma es la unidad grandiosa y fuerte:
es el genio latino que, humanado,
reina en las artes, las sojuzga y doma.
Es el que, digno de tan alta suerte,
con la cúpula excelsa ha coronado
tu frente colosal, ¡oh madre Roma!